La Horrible Noche II

Desperté abruptamente empapado en sudor. Me senté sobre la cama. El radio reloj despertador marcaba en letras rojas las 5:30 am. Un rayo de Sol brillante se asomaba por entre la hendija que dejaba la cortina de la ventana del cuarto. ¡Flaca! Llamé de un entre cortado grito a mi esposa.

Andrea Camila subió de un tiro las escaleras que juntaban la sala con el segundo piso del apartamento donde estaba nuestra habitación. Parada en el umbral de la puerta, trayendo puesta su pijama blanco traslucido y sosteniendo un vaso de agua con cristales de sábila en su mano, me miró fijamente y me dijo: ¿Qué te paso? ¿Otra pesadilla, no?

Hacía año y medio ya que había dejado de tener esa pesadilla que recurrentemente me atormentaba con mi muerte a manos de sicarios. Sin embargo, desde entonces, pocas noches pasaba sin soñar. Este sueño es distinto – Le respondí a ella- y le conté lo que en él había sucedido.

Habla con Fermín y John Ascanio, ponlos en alerta y que citen al ATEPE –Me aconsejó- Vos sos muy mística flaca –Le respondí- mientras me tomaba el vaso de agua con sábila y miel de abejas al que yo llamaba “maranguango”, y que ella me preparaba todas las mañanas para aliviar mi mal de colon y estreñimiento.

No supe ni a qué horas me bañé o si desayuné o no. Me despedí de Andrea Camila y bajé corriendo los cinco pisos de la torre tres del conjunto residencial “Balcones de la Meseta”. Ya en el parqueadero, inspeccioné visualmente la cancha del Estadio Municipal de Barbatusca, que se encontraba a unos cincuenta metros de ahí, y me subí a la camioneta Ford Carnauba cuatro por cuatro, con blindaje tipo tres, que me había prestado el Ministerio del Interior y de Justicia para mi protección.

“Váyase lo más rápido que pueda, pero sin estrellarse y sin atropellar a nadie”, le dije a “Llaín”, mi conductor.

Domingo Llaín, un hombre negro fornido de 1 metro con 90 centímetros de estatura y de 95 kilos de peso, quien me había servido como escolta privado durante la parte final de mi campaña a la Alcaldía y a quien, por su condición humana y lealtad a toda prueba, le había pedido que me acompañara como conductor y compañero de trabajo.

“Dóctor”, escuche lo que está diciendo “Néstor Elí” en la radio. -Me llamó la atención Llaín con su acento costeño- Aunque le respondí asintiendo con el ceño, no pude poner atención a la Emisora de la Curia Romana. Mi mente estaba en otro lado. La pesadilla del Air Bus 320 me daba vueltas en la cabeza. La camioneta se estacionó en la Plaza Central de Barbatusca, justo frente de la puerta principal de la Alcaldía, preciso donde habíamos prohibido parquear.

Llaín, ¿No te he dicho mil veces que no me gusta que te estacionés acá? –Le dije- ¿Cómo hacemos dóctor, si usted quiere siempre entrar por el frente de la Alcaldía? ¡Entonces lo dejo por la puerta de atrás! –Se respondió Llaín de manera altiva-, mirándome por el espejo retrovisor, como siempre lo hacía. Hermano, no tengo cabeza para pelear con vos. Te he dicho que me dejés en la esquina que yo camino. La próxima vez llamo para que te saquen un “parte”. Hacéme el favor y quitás el carro de aquí- Le dije bajándome de la camioneta- En los corredores de la Alcaldía, pese que aún no eran las 8 am, hora en la que se iniciaba la atención al público, me topé, como solía ocurrir casi todos los días, con “Elisa María del Perpetuo Socorro”, a quien llamaban popularmente “Elis”. Una señora de tez blanca rojiza, muy grande para el promedio de las mujeres de mi tierra, y algo gorda, de unos cincuenta y ocho años, con vestido de flores color naranja, medias blancas hasta las rodillas, zapatos de tela negra tipo converse, sombrero caqui amarrado al cuello, como los que usa el cuerpo elite de la gendarmería, y un silbato de árbitro de futbol pendiente de su cuello.

Elis me entregó una carta escrita de su puño y letra, en una hoja de cuaderno rayado. Me tome mi tiempo para saludarla, agradecerle y asegurarle que respondería su misiva. Guardé la carta en el bolsillo derecho del blue jean que tenía puesto, y continúe mi camino.

Subí a mi despacho. Estaba solo. Entré.
Me senté en la silla de mi escritorio ubicado en el centro del recinto, justo entre las pinturas de Bolívar y Santander, y seguí pensando en mi sueño.

“El lenguaje crea realidad”. -Me dije a mi mismo, recordando mi curso de Coaching Ontológico- y decidí hacerle frente al sueño. Saqué la carta de Elis del bolsillo y la coloqué dentro de la carpeta de cartón color marrón tamaño oficio que tenía el rotulo “Cartas de Elis”, la que dejé en la bandeja de madera que tenía encima de mi escritorio y que usábamos para los asuntos pendientes, a fin de que la Secretaria Privada coordinara su respuesta. De inmediato me dirigí a la oficina de Fermín Alexander, Secretario de Gobierno de Barbatusca.

Su oficina estaba exactamente al frente de la mía, por lo que me tomó tan solo unos segundos llegar hasta ahí. Fermín Alexander, no solamente era mi coequipero en la Alcaldía, sino que además era mi amigo, y por eso no dudó en reír en frente de mí cuando le conté mi sueño.

Tranquilo Alcalde – me dijo, tratando de disimular su sonrisa. Nuestro plan de prevención de desastres y calamidades públicas, no prevé una tragedia de esa magnitud. Además no podríamos responder. Ni Bogotá podría – Ripostó-.

En Barbatusca estamos vivos de milagro – Le dije a Fermín mirándolo a los ojos- y continué con mi disquisición- ¡Mire las casas del allá!, por más muros de contención y mejoramientos de vivienda que hemos hecho, nada nos permite escapar de “un maldito sea”, Dios no lo quiera- Le señalé apuntando con mi dedo índice derecho al Cerro de la Santa Inmaculada, a través de la ventana de su oficina.

En el acto, saqué mi teléfono celular y llamé a John Ascanio. Cuatro veces seguidas. Si ves –Le dije a Fermín Alexander- el problema de este “pelao” es que nunca contesta el teléfono. Así no podemos seguir –continúe argumentando-, y además él no sale cuando llueve. Bonita gracia hacemos con tener un Director del ATEPE que no sale cuando llueve. – Dije con tono de molestia.
Lo de que no sale cuando llueve es un cuento que le inventó el jefe de prensa por “mamarle gallo”. – Me dijo Fermín- Y el muchacho es bueno, lo que pasa es que le está dando mucha “papaya” al no contestarle. – Afirmó sonriéndome una vez más mientras concluía su intervención.

Hacéme el favor Fermín Alexander y me conseguís dos radios bien potentes y de largo alcance – Se lo pedí mientras me despedía. Esa misma tarde le entregué a John Ascanio uno de los dos radios, y con el otro sostenido en mi mano, lo miré a sus ojos y le apunté de manera desafiante a su rostro diciéndole: “y mire a ver si tampoco me va a contestar este radio”. John Ascanio, me respondió con ojos de vergüenza y disculpándose colgó su radio al lado de la bolsa canguro que amarraba en su cintura.

Yebrail Haddad Linero

Yebrail Haddad Linero

Nativo de Ocaña. Es Abogado y Magister en Derecho de la Universidad Externado de Colombia. Se ha desempeñado como profesor universitario, asesor del Consejo Nacional Electoral, Director de Procesos Judiciales y Administrativos de la Gobernación de Cundinamarca, Personero y Alcalde de Ocaña, Director del Sistema Nacional de Bienestar Familiar y Asesor de Gobernabilidad para la Paz del Programa de Naciones Unidas.

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